Ella me pidió que te esperara. Era tarde y la lluvia había espantado a todo transeúnte despistado. Se hizo de noche y sin embargo, aquí seguía yo, con mi gabardina y los pies empapados; contemplando el agónico abandono del segundero de un reloj, que parecía no tener cuerda. Él me miraba, ahí arriba, encaramado a una de las torres de piedra. Parecía reírse de mí, desde la tétrica silueta de esa maldita Iglesia, en la que tú y yo, un día, nos casamos.
Las horas pasaban mientras que para mí, enraizado en mitad de aquella plaza vacía, comparaba el tiempo con la caída impasible de los pétalos de una rosa mustia. Exasperé buscando en mi disconformidad, tu presencia, mas tú no apareciste.
Ella me telefoneó como seis veces, en las horas en las que, todavía, aguardaba más allá de la paciencia, tu figura. La estatua que presidía la plaza, debió de pensar que estaba mal de la cabeza. Ella me observaba a través de sus fríos ojos de mármol, mientras la lluvia nos castigaba a ambos. Quizá debí quedarme seis o nueve horas más, pero pensé que tres, fueron más que suficientes. No logro determinar en qué estarías pensando…
La tetera silbaba sólo para mí, en aquella mañana en la que las nubes negras, dieron paso a un sol que no calentaba en absoluto. Había planeado aquel momento de mil formas distintas. Café, tortitas, incluso hubiera madrugado para traerte churros con chocolate; pero aquella mañana, no había nadie conmigo y yo no pegué ojo en toda la noche. Estuve pendiente del teléfono, de la ventana y de la puerta. Dando vueltas por las calles por si te encontraba. Llamé a los hospitales y a la policía, pero nada. Te evaporaste.
Tu madre tampoco se acostó en toda la noche. Tuve suerte y la vecina accedió a quedarse a su cargo para yo poder seguir buscándote. Le debes un buen detalle a esta mujer cuando regreses. Tu madre está mayor y que desaparezcas cada vez que te dan una noticia que no esperas, no le hace nada bien. A veces no comprendo cómo puedes llegar a ser tan irresponsable… La hiciste llorar y ni siquiera lo sabes.
A la mañana siguiente, desayuné una taza de té con miel y un par de galletas. El constipado que acaba de asignarme gracias a tu desplante, necesitaba algo caliente y un poco de glucosa. No me olvidé de añadir en el bolsillo del pantalón, algunas píldoras para el dolor de cabeza que no me abandonaría durante el resto de la semana. Gracias, de verdad, por estos regalos tan intensos.
Salí a la calle para ir a buscarte. Todo mi tiempo lo empleé en esta persecución a tientas de tu estela. Si hubieras tenido el detalle de dejar, al menos, una nota… Ya he desistido de pedirte que te lleves tu teléfono (ese que te regalé y que siempre está apagado). Por cierto, mi jefe te envía recuerdos y de paso, me pide que te comunique su decisión de prescindir de mis servicios como empleado. Por lo visto, no comprende por qué no solicito de una vez el divorcio o por qué, no lo haces tú. Cree que tu teléfono de contacto es falso, porque te ha llamado ¿sabes? Piensa que tú eres mi excusa para no ir a trabajar. Lógico, ¿qué marido soportaría tus constantes desapariciones cada vez que te agobias?
Perdóname pero a mí también me enfada y me agobia, el hecho de que las enfermeras te vieran huir de la clínica como alma que lleva el diablo. Sólo espero que hayas decidido marcharte por unos días para despejar la mente y no, para hacer una locura aún mayor de la que estás haciendo ahora mismo. Estés donde estés, ¿podrías llamarme? Prometo no ir a buscarte si no es lo que quieres, pero por favor, llámame. Necesito saber que estás bien. Hace dos semanas que lo único que sé de ti, es que sacaste seiscientos euros de un cajero que está a más de cinco horas de viaje en coche desde casa. ¿De qué estás huyendo?
Amor, estás embarazada. Sí, lo sé, no debería de haber pasado, tomamos precauciones pero ha ocurrido. Ya sé que es un cambio drástico de vida que no entraba en nuestros planes, pero no puedes esfumarte y dejarme a mí a un lado como si no fuera nadie. Yo también me quedé en shock cuando me llamó el Doctor Gómez para darme la noticia… porque tú no lo hiciste. Te faltó tiempo para salir de la consulta, subirte al todoterreno y sólo ese coche de marca japonesa, sabe dónde demonios estás ahora.
Cielo, ya basta. Hiciste lo mismo cuando el cerdo del vecino atropelló a nuestro gato, el Señor Botas, pero esta vez es demasiado. Estamos hablando de que estoy aterrado por no volverte a ver. Sabes que te quiero y que te respeto. Decidas lo que decidas sobre el bebé, te apoyaré. Ya sabes que yo quiero tener hijos y que sólo los tendré cuando tú estés preparada. No tienes que afrontar esto tú sola ni tampoco, ponerle solución tú sola. Soy tu compañero y yo, egoístamente, te necesito aquí y necesito saber, que te encuentras bien.
Luego está tu madre, a la que no le he dicho nada acerca de tu estado, por no darle un disgusto aún mayor del que ya tiene. Ella piensa que discutimos y que te marchaste. En realidad, me culpa de todo a mí y yo no puedo reprochárselo. Todos piensan que soy un ogro o que soy un calzonazos. Algunas veces pienso que tú también, lo crees.
Por favor, regresa. Tenemos que aceptar que este matrimonio está desequilibrado y que tiene un jodido problema que sobrepasa a todos los demás con creces: tu pánico. Tu pánico, amor, alimenta al mío y da como resultado, dos adultos que se comportan como críos llorones. Estoy muy cansado de él. Te prometo que lo combatiremos, no pienso dejarse sola. Iremos juntos al psicólogo, pero para eso, tienes que venir a casa.
Cariño estoy desesperado. Por eso he mandado esta carta a todos los periódicos y revistas que te gustan, junto con una foto nuestra. Ojalá la leas… Espero que no te enfades mucho por airear nuestros problemas pero no te preocupes, la vecina no traerá nada de prensa a casa de tu madre. Podrás darle tu versión de los hechos cuando regreses.
Yo te esperaré como cada noche, al igual que he ido haciendo todas y cada una de estas noches sin ti: con la puerta entreabierta y la luz de la salita encendida. Algunas veces –por no decir siempre-, paseo por las calles en busca de tu perfume y esa maldita estatua de mármol, desde el centro de la plaza, continúa mirándome mal… Entre tú y yo, la odio.
Llámame tonto, pero todas las noches te preparo una taza de chocolate caliente, por si al llegar a casa, sientes frío… Me encantaría que alguna de estas noches, te tomaras tu taza de chocolate caliente conmigo, como hacíamos antes de pasar cada segundo de mi desastrosa existencia, buscándote. Te echo tanto de menos…
Siempre tuyo.
Alfredo.
Buscandote.
Imagen: Rosie Hardy
5 comentarios
Pedazo de balazo éste, paisana!
Me ha parecido muy original el transcurso de los acontecimientos y apoteósico esto “Llámame tonto, pero todas las noches te preparo una taza de chocolate caliente, por si al llegar a casa, sientes frío… ”
Es un tanto desconcertante la evolución del personaje, su ternura, su rabia, su vergüenza, su desconcierto… Que no se produce de forma paulatina, sino que más bien está un poco mezclada. Es curioso, pero a veces me transmitía que estaba leyendo a una persona muy mayor, otras veces a una persona joven. Supongo que un poco fruto del maremágnum de sentimientos.
Por cierto, está muy bien escrito, veo un salto respecto a otros textos que he leído. Aunque también es cierto que creo que es el primer relato no interiorista.
Un placer!!
Espero que no te haya hecho mucho daño ese balazo, paisano! Jeje 😛
Gracias por tus palabras. Celebro que la evolución del personaje te haya parecido un tanto desconcertante, ya que era el objetivo principal del texto.
Que te pareciera que a veces escribiera alguien mayor y otras, alguien joven, creo que transmite muy bien el estado emocional caótico, en el que se encuentra el marido. Él sabe que está casado con una persona impredecible, por eso no oculta su frustración y su enfado, pero también tiene claro que la quiere, por eso procura no espantarla dejando plasmado su amor hacia ella, en toda la carta.
Temo decepcionarte, pero este no es el primer relato no interiorista (yo los llamo más bien, prosa poética) que escribo (y me temo que muchos en los que crees que así son, tampoco lo son jeje).
Como ejemplos, puedes buscar los relatos llamados “Miradas” o “El cuaderno”. Si te apetece algo un poquito más erótico, pues por aquí hay un microrrelato llamado “La ilusionista” que insinúa más que otra cosa. O si de lo que tienes mono es de un poco de fantasía, te invito a que leas “Niño guepardo” o “Premio local” (al final de este último, encontrarás un relato llamado Dorgu).
Si es que…. Has leío poquillo! Jajajajajajajaja
Un abrazo!
Pues tendré que hacerlo! Mil gracias! Un placer, paisana!
Jo, qué cosas. En mi pueblo había también un gato que se llamaba Señor Botas. Y también hubo un Señor Calcetines. Son buenos nombres, ¿no crees? Como siempr, un placer pasarme a leerte, señorita guisante. Y oh, oh, megablogger.
Super-Holden! Tengo que ir haciendo ruta por blogs que ando medio desaparecida de todo. 🙁
Yo tuve un gato que se llamaba “Calcetines”, pero antes tuve un par con nombres de nebulosas (Antares y Andrómeda). Luego vino Goku (y salvó al mundo), ahora está Pepe… Y de muy pequeña hay fotos de uno que se llamó Bartolo, pero yo no tengo recuerdos de él salvo esas imágenes.
…que si me gustan los gatos??? Mmmmmm…. No sé! xDDD
Que pases un feliz fin de semana!
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