De proyectos de futuro ignífugos que se deshacen delante de los ojos. De despedidas de quienes nunca pensamos que se marcharían o nos vimos obligados a abandonar. Este poemario trata sobre el silencio que se excava, profundo, en el abismo que habita entre la garganta y el sexo. De errores cometidos, de batallas perdidas, de palabras que explotaron en el cielo de la boca y murieron antes de escapar. Habla de culpa, de espectros infantiles que, aún hoy, te arrebatan las sábanas mientras duermes.

Este poemario habla de ser mujer. De la niña a la que le desagrada la idea de esperar la llegada del príncipe azul y se  cuelga el cartel de «no disponible».

De la adolescente que no entiende nada de besos y que, sin embargo, la acucian para entregárselos a cualquiera. Habla de la mujer que aprende que el amor empieza y termina en su propio centro y que es independiente de otro ser humano. Habla de tristeza, de la violencia subliminal que subyuga el desarrollo hacia la madurez. Y, sobre todo, habla de ausencia, de pérdida de identidad, de muerte y renovación. La búsqueda incansable del equilibrio.

Existe belleza en la oscuridad. En la vulnerabilidad de retarse, a solas, ante el espejo, sin filtros, sin etiquetas. Solos tú y tu reflejo, para contemplarte entre el asombro y el desconcierto por no reconocerte. Existe belleza en el miedo, en la incertidumbre, en la fragilidad que implica ser imperfectamente humano, en las lágrimas.