Cuando éramos niños y pensábamos en la llegada de las vacaciones de verano, las imaginábamos como un inmenso espacio de tiempo cuyas posibilidades eran infinitas. Significaba el fin de los madrugones, de las clases aburridas, de los deberes… Sin cargas, las funciones prioritarias consistían en jugar con los amigos, ir a la piscina o a la playa, echar el día en el río capturando ranas… Ranas que luego devolverías al agua y lo hacías por el mero hecho de ser un explorador aventurero —porque todo niño sabe que nunca se es un verdadero explorador aventurero si no se es capaz de capturar una rana—.
Recuerdo que un verano llevé a mi casa tres ranas que metí en el acuario. Sólo estuvieron un ratito. Mi madre, cuando se dio cuenta, hizo que las sacara de inmediato y que las devolviera al río. Me fastidió deshacerme de mis nuevas mascotas —como así las veía—, pero agradecí darles la libertad. Nunca más intenté coger ninguna otra. Encontré un nuevo disfrute en la mera contemplación. Me di cuenta de que la vida salvaje es más hermosa cuando no interfieres en ella.
Cuando nos hacemos adultos, las vacaciones adquieren otro matiz. Ahora nos importa más el hecho de salir de casa —como si el hogar nos diese alergia o como si las vacaciones fueran menos vacaciones si no viajamos a alguna parte—. Vamos de la mano con la calculadora para ver con qué presupuesto contamos y cuál va a ser el gasto estimado del escapismo. ¿A dónde se fueron las tardes trepando a los árboles, el disfrute del vuelo de una cometa o el gozo de pasar horas y horas enredando las piernas en un elástico mientras se cantaban canciones?
Durante estas vacaciones recordé lo mucho que me gustaba jugar al elástico. Me gustaba tanto que, incluso, dentro de casa, jugaba. Sólo tenía que enredarlo en las patas de un par de sillas y colocarles encima el peso suficiente para que no se movieran. El tiempo que no empleé en la siesta, lo disfruté con el juego.
Sin embargo, cuando eres adulto, existen tres tipos de vacaciones: viajes para visitar lugares nuevos, viajes para visitar a la familia y el menos amado de todos, es quedarse en casa.
Reconozco que me entristece un poco no salir de casa durante unas vacaciones, pero intento emplear ese tiempo maravilloso en hacer las cosas a las que me gustaría dedicarle más tiempo del que normalmente puedo, como leer, escribir, caminar hacia el infinito…
En mi caso, las primeras vacaciones de este año han sido para viajar y ver a la familia. Hacía casi un año que no estábamos con nuestros seres queridos, de modo que ni siquiera nos planteamos hacer otra cosa. Ha sido bonito el reencuentro, a pesar del escueto tiempo que hemos pasado allí. Hemos estado con ellos poco tiempo y en diferentes momentos. Tampoco fue posible quedar con todos, pero es lo normal suceda cuando tienes una familia grande.
La verdad es que hemos hecho menos cosas de las que nos hubieran gustado, pero estoy agradecida por estos días fuera de la rutina. Hemos paseado por la ciudad y en la búsqueda de antiguas sensaciones, nos hemos impregnado de un aire fresco, sereno y tranquilizador. Nos hemos perdido río arriba en busca de una cascada donde poder bañarnos en cueros (y la hemos encontrado). Hemos cenado en la playa tras pasar un ratito de olas, sol y calma en una playa casi desierta. No le diría que no a una vida junto al mar.
Apenas hemos visto a las amistades de siempre, pero eso forma parte del plan de hacernos mayores (nada como esos veranos de la infancia en la que apenas estabas solo). También es hermoso darse cuenta de que necesitas a menos personas a tu lado, que madurar también es aceptar a otro como es y permitirse elegir con quien quedarse.
En este viaje hemos podido hacer nuevas amistades. Personas con luz propia. Gente que, curiosamente, faltaba en nuestras vidas y que aparecen sin previo aviso. Es maravilloso regresar al pueblo donde creciste y encontrarte, por primera vez, con personas que también tuvieron una infancia en ese lugar y que nunca conociste.
Os hablo de personas, os hablo de escritores. Desconozco cuántos autores han salido de Órgiva y cuántos han venido desde el extranjero hasta este conjunto de pueblos conocidos con el nombre de La Alpujarra, para escribir (Chris Stewart o Gerald Brenan, entre otros. Os dejo este enlace por si os interesa conocer a más autores, escultores, pintores, etc. que han escogido estas tierras para su labor creativa). Han sido muchos. Somos muchos.
Durante mi última vista a mi pueblo natal conocí a Beatriz Fiore, una autora independiente que acaba de lanzar su última novela El misterio de la caja verde. Beatriz es una mujer fuerte, luchadora y, ante todo, positiva. No se rinde ante las dificultades y tiene un don especial para recargarte las pilas. Ella vive apasionada y esa pasión se nota en su manera de comunicarse, en su cercanía y humanidad. Si os gusta la novela romántica os invito a conocerla.
Os animo también, a visitar su blog donde podréis encontrar un montón de información interesante, artículos, reseñas, vídeos y un podcast la mar de entretenido.
Por mi parte os prometo que habrá reseña de El misterio de la caja verde.
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