Siento que la ilusión se desvanece. La mugre de esta oquedad que me guarda, se ha convertido en una mezcla de lodo y cenizas. Sustancia viscosa que, lentamente, resbala por las paredes e impregna el suelo. Avanza dejando tras de sí, un reguero sombrío. Engulle las juntas de las baldosas y llega hasta mis pies descalzos, empapándolos. Calmando con ellos y por el momento, su sed de mí.
Inspiro. Vapores de desengaño penetran en mi cuerpo y desgarran mi carne junto con mis creencias. Apenas me quedan fuerzas para replantearme si existe una pizca de verdad en mi pasado, pues ya me he rendido ante lo que es y lo que es y lo que soy, son sólo energías en movimiento.
Me gustaría derramarme por el abismo de hielo. Transmutar mi cuerpo hasta hacerlo insustancial. Volar, volar cada vez más alto, como lo haría un ave a través del humo y el fuego, por encima de senderos tortuosos, hasta llegar a su destino. Me encantaría ser valiente y no mirar los vaivenes de este tren oxidado. Temer que mi parada sea la próxima, me muestra lo mucho que aún me queda por aprender. Mientras trato de serenar este instinto primitivo, contemplo las caricias enmohecidas que tatúan mi recuerdo y el anhelo de la lluvia empañando de nuevo, mis ojos, me invita a soñar.
Estamos hechos de magia, de algoritmos y ficción. El miedo teje su sudario entorno a mis ganas y yo vuelvo a repetir los pasos que me hicieron elevarme en otras vidas. Quizás sea por ellas, por lo que tú estás aquí. Inspiro y cierro los párpados. La sustancia viscosa trepa ahora, por mis piernas. Te estudio desde el letargo de mi cáscara y tu imagen empieza a alimentarme. Tenemos tanto amor endeudado en las lagunas del tiempo, que nuestros caminos no hacen más que encontrarse. Entrelazados por siempre, el uno con el otro, pensándonos desde esta orilla, para ser reales.
Vivimos una búsqueda incesante hacia arriba y a veces, olvidamos nuestro centro. Entre descuido y descuido, nos tenemos rozando las nubes, con las alas extendidas y los labios sellados —tus labios sobre los míos y los míos sobre los tuyos–. Colaboramos en busca del equilibrio y al caer, vuelta a empezar. Una vez que dejamos de ser semillas, nos cuesta más enraizarnos de nuevo.
Temo, temo por este tren que me lleva sin saber a dónde va. Raíles de hueso y miseria, controlan nuestra estancia en este vagón roñoso y el alma, ¿a dónde va? Abro los ojos y evoco el mar, a los hilos de su música hecha de vida. Respiro, pese a que la mugre ha cubierto ya, mi pecho y penetra ahora, a través de la boca y la nariz. Me doy cuenta entonces, de que a veces, es necesario rendirse para empezar de nuevo y visto así, no está tan mal ceder.
Muerte, esta vanidad hecha de fango y escoria, no puede hacerme daño de nuevo. Comprendo que soy más que un cascarón, más que una presa en esta oquedad y más que un pasajero temeroso, en el vagón. Lo que suceda a partir de ahora, será y dejaré de juzgarlo. Cambiaré palabras que ya no resuenan conmigo, para que no sigan entorpeciendo mi paso. Y fluiré, seré ave que sobrevuela el incendio, lluvia que resbala por el abismo de hielo y raíz que me permita regresar todas las veces, a mi centro.
Veo como al fin, la ilusión se desvanece.
Imagen: Cal Redback
1 comentario
Ojo, no es sólo que a veces seanecesario rendirse, es que hay momentos en que rendirse es tan sencillo y gratificante, dejar por fin de intentar algo que no nos gusta por buena que sea la recompensa… me encanta rendirme porque detesto hacer cosas que en realidad no me gustan. Por satisfactorios que sean los resultados.
Claro que a la muerte yo no me rindo, ¡JA! me gusto mucho en vida ^^
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