Ojalá lloviera

Ojalá lloviera esta noche. Me reconfortaría el olor a tierra mojada, a plantas saciándose, a vaho acumulándose en el vidrio de la ventana. Estaría bien que lloviera y lloviera…. y lloviera durante toda la noche. Sentir que caigo en el abrazo de un plácido sueño, mientras se dibuja el murmullo de una nana de agua infinita, tan antigua como el tiempo.

Desearía que lloviera y su efecto fueran calles vacías de pasos, luces apagadas, remansos de calma, soledad. Añoro el sabor del silencio de unos labios sellados, por encima de cualquier pensamiento, predomina la lluvia y su don. Pocos se paran a llenarse de él…

Ojalá lloviera… y lloviera…. y lloviera… y se lo llevara todo. Las pesadillas, los malos encuentros, las palabras no dichas, el remordimiento… Ojalá lloviera y me dejara desnuda a los pies del mundo. Fría, insignificante, estéril, simple… Desarraigada de los dogmas que dictan lo que está bien de lo que no. Sola, extremadamente sola.

Mirar a ambos lados y contemplar la Gran Tragedia de la Vida, sin que a nadie le importe. Llegar, como aquél que dice, al final del camino para ver que las Puertas al Cielo están destruidas, consumidas, quemadas… Darse cuenta entonces, de que el Infierno está compuesto por epitelio, lengua y sangre. Sollozar en medio del desamparo y excavar con las manos desnudas en el lodazal, en busca de algún fragmento de identidad que me recuerde quién fui, qué soy, qué hago aqui… Mentiras…

Al final reiré, reiré porque ya no queda nada por lo que luchar. Sólo rendirse a la oscuridad de un pasadizo donde la incertidumbre apremia a aquél que avanza hacia una luz que huele a sufrimiento y a muerte. Aullar, aullar a las Puertas del Cielo con las uñas largas y los colmillos afilados, mientras los crédulos avanzan a través del pasaje tenebroso, temerosos de ser y de existir. Ojalá… lloviera.

…y nos llevara a todos.

Ojalá lloviera

Imagen: Adam Martinakis