Serena

Un día me iré de este mundo y de mi presencia hará el viento, mi estela. Musitaré desde las copas de los árboles, mullidos versos en liquen y humedad. Me querré parecer, entonces, a esa melodía que vuelve a mí, para entregarme los sentidos del silencio.

Cuando yo me haya ido, comprendo que el fluir de la palabra ya no irá ligado a los errores cometidos ni a las esperanzas descarnadas. Trascenderá como el agua burbujeante de un volcán submarino, y aparecerá así —como en una explosión—, el brío de una emoción incontenible. Enmudecerán los labios, sollozarán los ojos y del pecho malherido, brotará una flor sedosa, que embriagará a quienes un día, enredaron su mirada entre los recovecos de mis líneas, buscándome… Palpando verso a verso, las curvas de una mente fantasiosa… hasta hallarme en ellas, enredada y complacida. Feliz.

Por mi parte, prometo quedarme al otro lado del sueño, mientras mi imagen desfigurada, cabalga de mente en mente, mutando hasta convertirse en otra cosa, en otra persona, en otro don… Entonces, seré para muchos, una sombra callada. Retales de un eco incomprensible, que se pierde en la lejanía. Olvido.

Sin embargo, pretendo despojarme del tiempo y aguardar. Un día, la luz regresará a través de otros labios y otra voz. Comenzará el poema, la transcripción perfecta. El dedal de las delicias balanceándose sobre el papel y la pluma, adormecida, obsoleta… Despertará y con ella, las caricias invisibles, las mismas que un día, me hicieron mirar más allá de lo cotidiano, tentándome, incitándome… Querían que me asomara a un abismo vertiginoso y traicionero. Uno del que siempre he querido huir. Uno que duele y que alivia. Uno que habita en lo más profundo de mí.