Me derrito a cada sorbo tuyo y soy tuya a cada instante. Contengo el aliento cuando tus labios en mis labios se funden, ebrios de saliva. Tu lengua en mi lengua, entregándose en una batalla campal en nombre del deseo… Me desnudas… y corrompes mi cuerpo.
Haces de mis senos, la cúspide de tus deidades más primitivas. Me deleito durante la entrega de tu particular ofrenda de hálito, perlas y carne, sobre el altar de mis pezones pétreos. Les honras, tiemblo.
Vuelves a enredarme en el anhelo de ir más allá, de arrancarme los estigmas de amantes pasados, de mostrarme ante ti como una flor impoluta, que alberga en su interior una fiera latente, que te aguarda… Y entonces, me detonas.
Consigues que ansíe la llegada de tu sexo a mi sexo. Te muerdo, te araño y trato de arrastrarte a las puertas de mi pequeño infierno, pero no… Tus dedos presionan mis caderas y gimo al ver cómo tus manos me aprietan las nalgas, arrancándome del colchón. Vuelo y al descender de nuevo, enredas mis manos al cabecero de la cama con telas sedosas. Tu sonrisa torcida desvela entonces, un propósito perverso. Hoy quieres jugar sucio…
Me encuentro atrapada, desnuda e indefensa. Toda entera, para ti… Hoy quieres que me rebele, que me retuerza y te rodee con mis piernas, que te posea cuán diosa, encima de ti… pero antes pretendes que sea sumisa, que sea tu esclava, que me comporte como una plebeya… Eliges que sea yo la que se rinda a tus pies, aun a sabiendas de que puedo vencerte…
Complacido, impregnas tu miembro en el perfume de mis senos. Rebañas con él, cada centímetro de piel rosada, cada altar a tus deidades y lo hundes. Haces de la fricción, el rezo prolongado de tus ansias. Tu sexo crece y se proyecta hacia mi boca. Trato de lamerlo pero lo apartas. Hoy impones las normas, hoy te dejaré creer que lo haces…
Con un único dedo bajo mi barbilla, alzas mi rostro y me contemplas triunfante. Sonríes, me besas y entonces, me ofreces tu sexo como alimento. Sonrío. Lo lamo y cuando ya te tengo confiado, lo muerdo (¿olvidaste acaso, mi afán por devorarte?). Retrocedes con un gesto aislado de dolor. Sonrío (todavía puedo luchar). Retorna la tentativa de seguir intentándolo.
Paladeo tu sexo. Me aseguro de que disfrutes del tacto de mi saliva tibia, resbalando tímidamente por tu glande. Me recreo para que sientas la delicada presión de mi lengua y mis labios. Me aseguro de que una pequeña parte de ti todavía dude de mis intenciones y hago honor a tu desconfianza: muerdo. Gozas.
Emprendes un viaje al confín de mis orgasmos. Te deslizas sobre mi cuerpo, como quien desciende a través de una fuente de chocolate fundido. Rebañas mi boca con tu lengua y haces de esa explosión de saliva, mi segunda piel.
Vas lamiendo, lentamente, mi cuello. Siento escalofríos cuando tus dientes atrapan mi carne. Muerdes y lames, besas y soplas y yo, fluyo. Me dejo llevar por el vaivén de tu despliegue y noto cómo tu lengua danza, hambrienta, entre mis pechos. Desciende en una espiral vertiginosa, a través del tímido campo de mi ombligo. Gimo cuando besas mi entrepierna, haciéndome creer que vas comerme entera, pero no. Te alejas.
Siento cómo un sofoco se va apoderando de mí y tú pretendes hacerme esperar… Me retuerzo en la cama. Detesto esta prenda que has usado para amarrarme. Quiero obligarte a que devores mi sexo. Quiero que frotes y hundas tu lengua en mi carne, que sea ella y no tus dedos, la que baile una danza íntima con mi clítoris, hasta que mis gritos despierten al barrio entero. Quiero que introduzcas tus dedos en mi cuerpo y que compruebes cuánto y más, pueden empaparse tus sábanas. Quiero que lo hagas, pero tú… Tú juegas con mi sufrimiento y haces de él, un veneno exquisito. Te deseo tanto…
Desciendes. En esta tortura carnal, barnizas mis piernas temblorosas con vaho y espuma. Es un ir y venir entre el placer y la ira. Asciendes.
Ahora te tengo dónde quiero que te quedes. Vuelves a jugar con la intención y el deseo. Quieres que te lo pida, quieres que te lo ruegue. Quieres que siga siendo esa pobre e indefensa mujer que yace desnuda sobre tu cama. La víctima, la presa, tu rehén, tu alimento…
Quieres y yo, presa de mis ansias, esclava de tus artes… te complazco.
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